Y el tsunami no llega...
Luego de revisar las encuestas de opinión sobre las elecciones del domingo 26, lo único que parece estar claro es que la mitad del electorado no encuentra aún una lista de candidatos (decir partido es una exageración en el caso peruano) que sea de su simpatía. Todos los demás datos de las encuestas -sea por el tamaño de la muestra, sea por el tipo de pregunta, sea por la imposibilidad de hacer encuestas en cada uno de los distritos electorales- son meramente referenciales.
Sin embargo, las encuestas generan noticia, originan titulares, y sobre todo producen interpretaciones que se convierten en materia de debate en medios y redes sociales. Y más allá de las explicaciones técnicas, las encuestas alimentan corrientes de opinión, a favor o en contra de tal o cual candidato. De hecho, en las elecciones presidenciales han sido claves para descartar el llamado “voto perdido” (aquel voto por candidatos con escasas posibilidades de triunfo), sobre todo en procesos altamente polarizados como los que hemos vivido en este siglo.
Pero algo ocurre en este gélida campaña en este cálido verano que la escandalosa campaña de agravios, mentiras y dislates hecha por Solidaridad Nacional ha tenido efecto alguno, tampoco la propuesta de los partidos de izquierda que plantean el cambio de la Constitución fujimorista, menos los anuncios de eliminación de inmunidad parlamentaria que todos los candidatos repiten, ni las disparatadas propuestas de pena de muerte o de sacar el Ejército a las calles. Nada parece entusiasmar a una ciudadanía que está harta de los políticos conocidos, pero también de los desconocidos, que son vistos con sospecha.
Frente a ello, los que mantienen algún nivel de expectativa de lograr un buen resultado son Acción Popular y Fuerza Popular, las dos marcas mejor posicionadas desde el inicio de la campaña, aunque están estancados -sin sus lideres nacionales en campaña- y sin crecer más allá de lo obtenido en las encuestas de fin de año. Y muy cerca de ellos, el Partido Morado, de Julio Guzmán, y Alianza para el Progreso, de César Acuña, partidos que tienen en común que sus líderes -ambos presidenciables, ambos retirados de carrera el 2016- han roto con la práctica habitual de los "presidenciables" que no se corren el riesgo de hacer campaña al lado de sus candidatos.
Más abajo un mar de siglas y candidatos que así como pueden pasar el umbral del 5% requerido para tener una bancada, si es que pescan en el enorme océano del “blanco, viciado, no sabe, no opina, indeciso”, también pueden quedarse tranquilamente fuera con la seguridad de que no perderán su inscripción. La razón: la enorme generosidad de un Jurado Nacional de Elecciones que con esa decisión le ha metido un nuevo misil a los tibios esfuerzos por reformar nuestro sistema de partidos, ya que si ahora existen 24 partidos, en el próximo proceso quizás tengamos 30.
¿Habrá un tsunami de última hora que arrastre las aguas de la megadesafección política nacional? Nadie sabe, pero a diez días de las elecciones nada parece indicar que algo vaya a cambiar, menos aún con el formato de los “no debates” organizados por el Jurado Nacional de Elecciones, en los que asistimos a una lluvia de propuestas de todo tipo y calibre que no logran seducir a nadie.