El escándalo Moreno sigue ocupando las primeras planas, y los esfuerzos del primer ministro Zavala por apagar los fuegos parecen chocarse con el “estilo” presidencial, de no ceñirse a guión alguno, cayendo en contradicciones que pueden ser menores pero que los medios celebran en sus portadas.

Pero más allá del estilo de PPK, que las últimas encuestas confirman que gusta menos a la ciudadanía, está claro que en el caso Moreno el presidente se equivocó al colocarlo como consejero presidencial, en una decisión que conforme pasan los días y se conocen más los antecedentes del mismo se hacen más incomprensibles.

La frase “Todo el mundo conoce a Moreno” debe haber sido la más infeliz justificación dicha por el mandatario ante las preguntas de los periodistas sobre la sinuosa trayectoria del hombre del “negociazo”. Y entonces la pregunta cae por su propio peso: ¿Para qué quería tener el presidente a un gastroenterólogo de vocación emprendedora con una sentencia suspendida en Palacio? Es uno de los grandes misterios aún no revelados en esta gris historia.

Lo poco que se ha sabido es que la mayoría de visitas recibidas fueron de personajes vinculados a empresas y proveedores del campo de la salud, lo cual nos muestra que el consejero estaba dedicado a sus negocios antes que a aconsejar al jefe de Estado sobre las necesarias, urgentes e imprescindibles mejoras que requiere el sector salud, sobre lo cual jamás se le ha conocido opinión alguna a Moreno. 

Se equivoca de plano el presidente de la República si cree que con decir “Es un capitulo cerrado”, la opinión pública va a olvidarse del caso. Todo lo contrario. Y aunque probablemente Kuczynski nunca le diga al país las razones por las que nombró a Moreno, lo menos que podría hacer sería ofrecerle unas disculpas al país por haber colocado a su lado a un auténtico traficante de la salud pública. Es lo menos que el hijo de un auténtico servidor público -como fue el doctor Maxime Kuczynski- debería hacer.