Edward Said: Barenboim y el tabú Wagner
Hace unos días se cumplieron 200 años del nacimiento del gran compositor alemán Richard Wagner. En el 2001 el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim causo un escándalo en Israel al interpretar el extracto de una de sus operas. Frente a ello su gran amigo, Edward Said escribió la siguiente columna en su defensa.
Ha estallado un escándalo en Israel que merece que se le preste mucha atención. Me refiero al caso del excepcional pianista y director de orquesta Daniel Barenboim –debo comenzar diciendo que es un excelente amigo personal—y su interpretación en Israel de un extracto orquestal de una de las óperas de Richard Wagner, el 7 de julio. Desde entonces se ha visto expuesto a numerosos comentarios, improperios, y atónitas objeciones, todo porque Richard Wagner (1813-1883) fue tanto un gran compositor como un antisemita de triste notoriedad (y por cierto, profundamente repulsivo), que, mucho después de muerto, fue conocido como el compositor favorito de Hitler, y asociado comúnmente, con considerable justificación, con el régimen nazi y con las terribles experiencias de millones de judíos y de otros pueblos "inferiores" que exterminó. La música de Wagner ha sido informalmente prohibida en Israel en lo que concierne a su interpretación en público, aunque es tocada a veces en la radio y hay discos de su música a la venta en negocios israelíes. De alguna manera, para muchos judíos israelíes, la música de Wagner –rica, extraordinariamente compleja, de extraordinaria influencia en el mundo musical—ha llegado a simbolizar los horrores del antisemitismo alemán.
Debiera agregar además que, incluso para muchos europeos no-judíos, Wagner es difícilmente aceptable por algunas de las mismas razones, particularmente en países que sufrieron la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Se debe a que parte de su música suena grandiosa y "germánica" (como quiera que se interprete ese adjetivo mal empleado) y porque fue un compositor sólo de óperas, y su obra es tan dominante y tan profundamente obsesionada por el pasado, los mitos, las tradiciones y los logros germánicos, y también porque fue un exponente incansable, ampuloso, pomposo, en prosa de sus ideas más problemáticas sobre las razas inferiores y los sublimes héroes (germánicos), Wagner es una persona difícil de aceptar, y menos aún de apreciar o admirar. A pesar de todo, fue un gran genio indiscutible cuando se habla de teatro o de música. Revolucionó toda nuestra concepción de la ópera, transformó totalmente el sistema musical, y creó diez inmensas obras maestras, diez óperas que pertenecen al pináculo de la música occidental. El reto es, no sólo para los judíos israelíes sino que para todo el mundo, cómo admirar e interpretar su música por una parte, y, por la otra, separarla de sus odiosos escritos y del uso que de ellos hicieron los nazis. Como ha señalado frecuentemente Barenboim, ninguna de las óperas de Wagner contienen material antisemita directo; dicho sin rodeos; los judíos que odiaba y sobre los que escribe en sus panfletos, simplemente no aparecen para nada como judíos en sus obras musicales. Muchos críticos han atribuido una presencia antisemita en algunos personajes que Wagner trata con desprecio y escarnio en sus óperas: pero sólo pueden ser imputaciones de antisemitismo, no ejemplos de su presencia, aunque el parecido entre las caricaturas de judíos que eran comunes en la época y Beckmesser, un personaje irrisorio en la única ópera cómica de Wagner "Los Maestros Cantores de Nuremberg" es realmente bastante cercano. Pero Beckmesser mismo es un personaje alemán cristiano en la ópera, definitivamente no judío. Wagner hizo claramente la distinción en su propia mente entre los judíos en la realidad y los judíos en la música, ya que era más locuaz sobre los primeros en sus escritos, y los omitía en la última.
En todo caso, las obras de Wagner no habían sido interpretadas en Israel por consenso común, hasta el 7 de julio de 2001. Barenboim es director de la Orquesta Sinfónica de Chicago, así como de la Staatsoper de Berlín, cuya orquesta estaba dirigiendo en su gira por Israel para realizar tres conciertos consecutivos presentados en Jerusalén. Había previsto originalmente una interpretación del Primer Acto de la ópera de Wagner "La Walkiria" para el concierto del 7 de julio, pero el director del Festival de Israel, que había invitado a la orquesta alemana y a Barenboim, le había pedido que la reemplazara. Barenboim puso en su sitio un programa de Schumann y Stravinsky, y después de interpretarlos, se volvió hacia el público y propuso un breve extracto de "Tristán e Isolda" de Wagner como un bis. Abrió una discusión, que tuvo lugar a continuación con gente a favor y en contra. Al final, Barenboim dijo que interpretaría la pieza, pero sugirió que aquellos que se sintieran ofendidos podían irse, lo que algunos hicieron. Pero en general, la ejecución de Wagner fue bien recibida por un público embelesado de unos 2800 israelíes y, estoy seguro, extremadamente bien interpretada.
Pero a pesar de todo, los ataques contra Barenboim no se han detenido. En la prensa del 25 de julio se informó que el comité del Knesset [Parlamento] sobre cultura y educación "exhortó a los organismos culturales israelíes que boicotearan al director... por interpretar música del compositor favorito de Hitler en el principal evento cultural de Israel, hasta que se disculpe." Los ataques contra Barenboim por el Ministro de cultura y otras luminarias han estado cargados de veneno, aunque a pesar de su nacimiento e infancia en Argentina, él mismo siempre se ha considerado como israelí. Creció en Israel, fue a escuelas hebreas, lleva encima un pasaporte israelí junto al argentino. Además siempre se la ha considerado una importante celebridad cultural de Israel, habiendo sido una figura central en la vida musical del país durante años y años, a pesar del hecho de que, desde su adolescencia, ha vivido en Europa y en Estados Unidos la mayor parte del tiempo, y no en Israel. Ha sido una consecuencia de su trabajo, que le ha otorgado muchas más oportunidades importantes fuera que dentro de Israel. Después de todo, haber dirigido y tocado el piano en Berlín, París, Londres, Viena, Salzburgo, Bayreuth, Nueva York, Chicago, Buenos Aires, y sitios similares por todas partes, eclipsaron el mero hecho de su residencia en un sitio. Hasta cierto punto, como veremos, su vida cosmopolita y hasta iconoclasta, ha sido una fuente de furia dirigida en su contra desde el incidente de Wagner.
Pero, de todas maneras, es una figura compleja, lo que también explica la batahola por lo que hizo. Todas las sociedades están compuestas por una mayoría de ciudadanos promedio –gente que siguen todos los grandes modelos—y por un número ínfimo que en virtud de su talento y de sus inclinaciones independientes no son en nada promedio, y que de muchas maneras, representan un desafío e incluso una afrenta, a la mayoría usualmente dócil. Los problemas ocurren cuando la perspectiva de la mayoría dócil trata de reducir, simplificar, y codificar a la gente compleja y no rutinaria que forma una pequeña minoría. Este choque ocurre inevitablemente –grandes cantidades de seres humanos no pueden tolerar fácilmente a alguien que es evidentemente diferente, más talentoso, más original que ellos –e inevitablemente causa cólera e irracionalidad en la mayoría. Basta con considerar lo que Atenas hizo con Sócrates: fue sentenciado a muerte porque era un genio que enseñaba a los jóvenes a pensar independiente y escépticamente. Los judíos de Ámsterdam excomulgaron a Spinoza porque sus ideas los sobrepasaban. Galileo fue castigado por la iglesia. Al-Hallaj fue crucificado por su visión. Y así ha estado sucediendo durante siglos. Barenboim es una persona de gran talento, en extremo diferente de lo común, que ha cruzado demasiadas líneas y violado demasiados de los numerosos tabúes que maniatan a la sociedad israelí. Vale la pena detallar cómo exactamente.
Probablemente no se precisa repetir que, desde el punto de vista musical, Barenboim es casi abrumadoramente excepcional. Tiene todo el talento concebible en un individuo para ser un gran solista y director –una memoria perfecta, capacidad e incluso brillantez en los aspectos técnicos, un encanto irresistible ante el público, y sobre todo, un inmenso amor por lo que hace. Nada musical le es ajeno o demasiado difícil para que lo domine. Todo lo hace con una maestría aparentemente natural, un talento que todos los músicos en vida le reconocen. Pero no es así de simple. Sus años de formación los vivió primero en la Argentina de habla castellana y después en Israel hablando hebreo, de manera que no es ni de la una ni de la otra nacionalidad, pura y simplemente. Desde fines de su adolescencia no ha vivido realmente en Israel, prefiriendo la atmósfera cosmopolita y culturalmente más interesante de Europa y Estados Unidos, donde, como dije anteriormente, ocupa las dos posiciones más prestigiosas en toda la música, una como director de la mejor orquesta estadounidense (Chicago), la otra como director de lo que es probablemente la mayor y una de las más antiguas compañías de ópera del mundo (la Staatsoper de Berlín.) Al mismo tiempo continúa su carrera como pianista. Es bastante obvio que esa clase de vida itinerante y el tipo de reconocimiento que ha logrado, no ha tenido lugar gracias a una conformidad estudiosa sujeta a estándares fijados por gente corriente, sino que precisamente por el camino opuesto, es decir, mediante un desacato abierto a las convenciones y a las barreras. Esto vale para toda persona excepcional que debe vivir mucho más allá de las convenciones de la sociedad burguesa ordinaria. Ningún logro importante en cuestión de arte o ciencia viene acompañado por una vida dentro de las fronteras establecidas para regular la vida social y política.
Pero es más complicado. Porque ha vivido y viajado tanto, y porque tiene un talento para idiomas (habla siete con fluidez), Barenboim se siente en su casa en todas y en ninguna parte. Un resultado es que sus visitas a Israel se limitan a unos pocos días al año, aunque se mantiene en contacto por teléfono y leyendo la prensa. Otro, es que ha vivido en el extranjero, no sólo en EE.UU. y Gran Bretaña, sino también en Alemania, donde pasa la mayor parte de su tiempo en la actualidad. Uno puede imaginarse que para muchos judíos -- para quienes Alemania aún representa lo que es más maligno y antisemita, la residencia de Barenboim en ese país es un trago amargo, sobre todo porque su área preferida de interpretación musical es el repertorio clásico austro-germano, en el centro del cual se encuentran las óperas de Wagner. Estéticamente, por cierto, representa un área sensata, para no decir absolutamente previsible, para que se concentre un músico clásico: incluye las grandes obras de Mozart, Haydn, Beethoven, Brahms, Schumann, Bruckner, Mahler, Wagner, Richard Strauss, más, desde luego, muchos otros compositores del repertorio francés, ruso y español, en los que Barenboim se ha distinguido. Pero el núcleo es la música austriaca y alemana, música que para algunos filósofos y artistas judíos ha representado a veces un gran problema, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. El gran pianista Arthur Rubinstein, un amigo y mentor de Barenboim, rehusó, en general, ir jamás a Alemania y tocar allí porque decía que, como judío, le era difícil estar en un país que había asesinado a tantos de su pueblo. De manera que ya se había desarrollado un sentido de distanciamiento en muchos de sus admiradores israelíes por su residencia en Berlín, en el corazón de la antigua capital del Tercer Reich, que muchos judíos en vida siguen considerando que lleva en sí las marcas de su antigua maldad.
Ahora bien, es fácil que otros digan, 'hay que tener un criterio amplio y recordar que el arte es una cosa y la política algo bien distinto.' Esta es, en realidad, una posición disparatada, ridiculizada precisamente por la mayoría de los artistas y por los mismos músicos que más veneramos. Todos los grandes compositores fueron políticos, de una u otra manera, y tuvieron ideas políticas bastante fuertes, algunos de ellos, como en el caso de Beethoven en sus comienzos, que aduló a Napoleón como un gran conquistador, o de Debussy que era un nacionalista francés de derecha, lo que es bastante reprensible desde la perspectiva actual. Haydn, como sugiere otro ejemplo, fue un empleado servil de su patrón aristocrático el Príncipe Esterhazy e incluso el mayor de todos los genios, Johann Sebastian Bach, se las pasó lisonjeando en la corte de un arzobispo o de un duque. Hoy no nos importan esas cosas, porque pertenecen a un período relativamente remoto y distante. Ninguna de ellas nos ofende tan fuertemente como los panfletos racistas de Thomas Carlyle cerca de 1860, pero hay otros dos factores que hay que considerar igualmente. Uno es que la música, como forma artística, no es como el lenguaje: las notas no significan algo estable, de la misma forma en que lo hace una palabra como "gato" o "caballo." En segundo lugar, la música es, en su mayor parte, transnacional; va más allá de las fronteras de una nación o de una nacionalidad y de un lenguaje. No se tiene que saber alemán para apreciar a Mozart, y no se tiene que ser francés para leer una partitura de Berlioz. Hay que saber de música, lo que es una técnica muy especializada, adquirida con concienzuda atención, bastante diferente de temas como la historia o la literatura; aunque yo argumentaría que hay que entender el contexto y las tradiciones de cada obra musical para su auténtica comprensión e interpretación. En cierto modo, la música es como el álgebra, pero no del todo, como lo testimonia el caso de Wagner.
Si hubiera sido un compositor menor o alguien que compuso su obra herméticamente o por lo menos silenciosamente, Wagner hubiera sido un poco más fácil de aceptar y tolerar. Pero fue increíblemente voluble, llenando Europa con sus declaraciones, proyectos, y música, todos los cuales iban juntos y todos los cuales desbordaban la realidad, eran más impresionantes, más destinados a abrumar y a compeler al destinatario que las obras de cualquier otro compositor. Fantásticamente preocupado consigo mismo, hasta llegar al narcisismo, ponía en el centro de todo su trabajo su propio ser, que consideraba inequívocamente como la encarnación de la esencia del alma alemana, su destino, y sus privilegios. Evidentemente no puedo entrar aquí en una discusión sobre la obra de Wagner, pero es importante insistir sobre el hecho de que buscó la controversia, exigió atención, hizo todo por la causa de Alemania y de sí mismo, lo que concibió en los términos más extremadamente revolucionarios. La suya debía ser una nueva música, un arte nuevo, una nueva estética, y debía encarnar la tradición de Beethoven y de Goethe, y, típicamente, debía transcenderlos en una nueva síntesis. Nadie en la historia del arte ha atraído más atención, o más escritos, o más comentarios. Wagner resultó ser ideal para los propósitos de los nazis, pero también fue –y no hay que olvidarlo—saludado como un héroe y un gran genio por otros músicos que comprendieron que sus contribuciones cambiaron totalmente el curso de la música occidental. Durante su vida se le construyó un teatro de ópera especial, casi un santuario para la representación de sus óperas en la pequeña localidad de Bayreuth, que sigue siendo el emplazamiento de un festival anual en el que se ejecuta sólo música de Wagner. Bayreuth y la familia Wagner significaban mucho para Hitler, y para agregar aún más complejidad al asunto, el nieto de Richard Wagner, Wolfgang (un antiguo simpatizante de los nazis) sigue controlando el festival de verano en el que Barenboim ha dirigido regularmente durante casi dos décadas.
Y no es todo. Barenboim es a todas luces un artista que derriba obstáculos, cruza líneas prohibidas, y entra en territorio tabú o prohibido. Esto no lo convierte automáticamente, de ninguna manera, en una figura política con todas las de la ley, pero tampoco ha escondido su desdicha por la ocupación israelí y, a principios de 1999, llegó a ser el primer israelí que ofreció sus servicios gratuitos para realizar un concierto en la Universidad Bir Zeit en Cisjordania. Durante los últimos tres años, primero en Weimar y este año en Chicago, ha reunido a jóvenes músicos israelíes y árabes para tocar música en conjunto, en una audaz iniciativa que trata de elevarse por sobre la política y el conflicto en un arte totalmente no- político, interpretando música en conjunto. Está claramente fascinado por los Otros, y rechaza categóricamente la irracionalidad de una posición que postula que es mejor no saber que saber. Estoy de acuerdo con él en que la ignorancia no es una estrategia política adecuada para un pueblo, y por ello, cada cual debe comprender a su manera, y conocer al Otro prohibido. No hay muchos individuos que piensen de esta manera, pero para mí, así como para un número creciente de otras personas, es la única posición intelectualmente coherente que cabe adoptar. Esto no disminuye la propia defensa de la justicia o la solidaridad con los oprimidos; no significa abandonar la propia identidad; no implica mirar para el otro lado en lo que respecta a la política real. Significa que la razón, el entendimiento, y el análisis intelectual, y no la organización y el fomento de pasiones colectivas como las que parecen impulsar a los fundamentalistas, constituyen el camino para ser un ciudadano. Hace tiempo que he suscrito a esos principios personalmente y tal vez sea una razón por la cual Barenboim y yo tenemos nuestras diferencias, y a pesar de ello hemos seguido siendo amigos.
El rechazo total, la irracional condena en bloque, la denuncia global de fenómenos complejos como Wagner es, en resumidas cuentas, una cosa irracional e inaceptable, como, en nuestra situación como árabes, lo ha sido una política estúpida e infructuosa de muchos años, utilizando frases como "la entidad sionista" y negándose por completo a comprender y a analizar a Israel y a los israelíes diciendo que su existencia debe ser negada porque ellos causaron la nakba palestina. La historia es algo dinámico, y si esperamos que los judíos israelíes no utilicen el Holocausto para justificar atroces abusos de los derechos humanos contra el pueblo palestino, tenemos también que ir más allá de idioteces como decir que el Holocausto nunca existió, y que los israelíes están todos, hombre, mujer, y niño, condenados a nuestra enemistad y hostilidad. Nada histórico está congelado en el tiempo; nada en la historia es inmune al cambio; nada en la historia va más allá de la razón, más allá del entendimiento, más allá del análisis y la influencia. Los políticos pueden decir todas las estupideces que deseen y hacer lo que quieran, y lo mismo pueden hacer los demagogos profesionales. Pero en lo que se refiere a los intelectuales, los artistas, y los ciudadanos libres, tiene que existir siempre el sitio necesario para el disenso, para los puntos de vista alternativos, para los caminos y las posibilidades que pongan en duda la tiranía de la mayoría y que, al mismo tiempo y lo que es más importante, hagan avanzar el progresismo y la libertad humana.
Esta idea no es fácilmente descartada como una importación "occidental" y por ello inaplicable a árabes y musulmanes o, en realidad, a sociedades y tradiciones judías. Es un valor universal que se encuentra en cada tradición que conozco. Cada sociedad tiene en sí conflictos entre la justicia y la injusticia, entre la ignorancia y el conocimiento, la libertad y la opresión. No es cosa de pertenecer simplemente a un lado o al otro, porque a uno le dicen que así debe ser, sino que de escoger cuidadosamente y formarse una opinión que otorgue lo que es justo y debido a cada aspecto de la situación. El propósito de la educación no es de acumular hechos o de memorizar la respuesta "correcta", sino que de aprender a pensar por sí mismo de manera crítica y comprender por sí mismo el significado de las cosas.
En el caso israelí respecto a Wagner y Barenboim, lo más fácil sería descartar al director simplemente sea como si fuera un oportunista o un aventurero insensible. Igualmente, es reduccionista decir que Wagner fue un hombre terrible con ideas reaccionarias en general, y que por ello su música, sin importar lo maravillosa que es, es intolerable porque está infectada con el mismo veneno que su prosa. ¿Cómo podría demostrarse algo semejante? ¿Cuántos escritores, músicos, poetas, pintores, subsistirían si su arte fuera juzgado por su conducta moral? ¿Y quién está calificado para decir qué nivel de fealdad y bajeza puede ser sobrellevado por la producción artística de un artista en particular? Una vez que uno comienza a censurar, no hay un límite teórico. Más bien, pienso que incumbe a la mente la capacidad de analizar un fenómeno complejo como la cuestión de Wagner en Israel (o, para dar otro ejemplo analizado en un famoso ensayo escrito por el brillante novelista nigeriano Chinua Achebe, la lectura de "Corazón de las Tinieblas" de Conrad, para un africano en la actualidad) y mostrar dónde está el mal y dónde está el arte. Para una mente madura debiera ser posible mantener juntos en la mente dos hechos contradictorios, que Wagner fue un gran artista, y que Wagner fue un ser humano repugnante. Por desgracia, no se puede tener lo uno sin lo otro. ¿Significa esto, por ello, que no se debiera escuchar a Wagner? Con seguridad que no, aunque es obvio que si un individuo sigue obsesionado por la asociación de Wagner con el Holocausto, entonces no hay ninguna necesidad de que se inflija la audición de Wagner. Todo lo que diría, sin embargo, es que se necesita una actitud abierta hacia el arte. Esto no quiere decir que los artistas no debieran ser juzgados moralmente por su inmoralidad o sus prácticas perniciosas; es decir, que la obra de un artista no puede ser juzgada sólo sobre esa base y prohibida consecuentemente.
Vale la pena mencionar un último punto, así como otra analogía con la situación árabe. Durante el acalorado debate en el Knesset hace un año sobre si los estudiantes secundarios israelíes debieran o no tener la opción de leer a Mahmoud Darwish, muchos de nosotros consideramos la vehemencia con la que la idea fue atacada como un signo del extremo de intolerancia al que había llegado el sionismo ortodoxo. Al deplorar a los oponentes a la idea de que los jóvenes israelíes ganarían al leer a un autor palestino importante, muchos argumentaron que no se podía ocultar para siempre la historia y la realidad, y que no había lugar en el currículo educacional para una censura de ese tipo. La música de Wagner presenta un problema similar, aunque no se puede negar el hecho de que las terribles asociaciones con su música y sus ideas constituyen un trauma genuino para aquellos que sienten que el compositor, de cierto modo, estaba como hecho para su apropiación por los nazis. Pero en algún momento, con un compositor de la envergadura de Wagner, no funcionará el intento de obliterar su existencia. Si no hubiera sido Barenboim el que interpretó su música en Israel el 7 de julio, hubiera sido otro, algo más adelante. Una realidad compleja siempre irrumpe más allá de los intentos de excluirla. La cuestión, entonces, es cómo comprender el fenómeno de Wagner, en vez de si hay que reconocer o no su existencia, lo que sería una reacción inadecuada y obviamente insuficiente.
En el contexto árabe, la campaña contra la "normalización" con Israel, aunque constituye un desafío más urgente y real—después de todo, Israel está practicando a diario modos de castigo colectivo y de asesinato contra todo un pueblo, cuya tierra ha ocupado ilegalmente durante 34 años – tiene algunas características similares con los tabúes israelíes contra la poesía palestina y Wagner. Nuestro problema es que los gobiernos árabes tienen relaciones económicas y políticas con Israel, mientras grupos de individuos han tratado de imponer una prohibición general de todos los contactos con israelíes. La prohibición de la normalización carece de coherencia, ya que su razón de ser, la opresión de Israel contra el pueblo palestino, no ha sido paliada por la campaña: ¿Cuántas casas palestinas han sido protegidas de la demolición por las medidas contra la normalización, y cuántas universidades palestinas han podido formar a sus estudiantes porque existe la anti-normalización? Ninguna, por desgracia, motivo por el que he dicho que es mejor que un distinguido intelectual egipcio vaya a Palestina en solidaridad con sus compañeros palestinos, tal vez para enseñar o para dar una conferencia o para ayudar en una clínica, que estar sentado en su casa impidiendo a otros que lo hagan. La anti-normalización total no es un arma efectiva para los sin poder: su valor simbólico es bajo, y su efecto real es meramente pasivo y negativo. Las armas exitosas de los débiles –como en India, en el Sur de EE.UU., en Vietnam, Malasia y otras partes—han sido siempre activas, e incluso agresivas. Lo que hay que lograr es que se le haga la vida inconfortable y vulnerable, tanto moral como políticamente, al poderoso opresor. Los atentados suicidas no logran ese efecto, y tampoco lo hace la anti-normalización, que en el caso de la lucha por la liberación en África del Sur, fue utilizada como un boicot contra académicos visitantes junto con toda una variedad de otros medios.
Es el motivo por el que creo que debemos penetrar la conciencia israelí con todo lo que tenemos a nuestra disposición. Hablar o escribir a los públicos israelíes rompe su tabú contra nosotros. Este temor de verse confrontados por lo que su memoria colectiva ha suprimido fue lo que provocó todo el debate sobre la lectura de literatura palestina. El sionismo ha tratado de excluir a los no-judíos y nosotros, a través de nuestro boicot indiscriminado incluso del nombre "Israel," les hemos efectivamente facilitado la tarea en lugar de impedir ese plan. Y en un contexto diferente, es el motivo por el cual la interpretación de Wagner por Barenboim, aunque sea auténticamente dolorosa para muchos que siguen sufriendo los traumas reales del genocidio antisemita, tiene el efecto saludable de permitir que el duelo pase a otro nivel, es decir llegar a vivir la vida misma, que debe continuar y no puede ser congelada en el pasado. Puede ser que no haya captado todos los numerosos matices de esta compleja serie de problemas, pero lo principal es que la vida real no puede ser regimentada por tabúes y prohibiciones contra el entendimiento crítico y la experiencia emancipadora. Estos deben recibir siempre la más alta prioridad. La ignorancia y la elusión no pueden ser guías adecuadas para el presente.
Tomado de Rebelión (22 agosto 2001)