La lección de Gregorio Santos
La sentencia al exgobernador regional de Cajamarca Gregorio Santos por diversos delitos de corrupción cometidos durante el ejercicio de su cargo es una muestra más de que la corrupción no tiene nada que ver con la ideología sino con la manera en que se ejerce el poder.
Santos fue dirigente sindical de Sutep y de las rondas campesinas de Cajamarca. Siendo militante de Patria Roja, intentó ser gobernador regional el 2006 con el Movimiento Nueva Izquierda (nombre electoral de Patria Roja en aquella elección), logrando su objetivo cuatro años más tarde con un movimiento regional que bautizó con las mismas siglas del exitoso MAS de Evo Morales, aunque con un nombre bastante menos político: Movimiento de Afirmación Social.
Santos ganó el 2010 con un poco más del 30% de la votación, lo que le evitó una segunda vuelta que quizá habría perdido, y respaldó la candidatura de Ollanta Humala que pocos meses después sería electo presidente de la República. Los caminos de ambos se bifurcarían como producto del conflicto Conga, en el que 'Goyo' optó por ponerse del lado de la masiva movilización contra el proyecto de Minera Yanacocha y Humala al lado de la gran empresa. Y como bien sabemos el yacimiento nunca se explotó, pero el conflicto marcó un parte aguas en la política cajamarquina, consagrando a Santos (y a su ocasional aliado Marco Arana) como enemigos de la gran inversión.
Es difícil ponerse a especular qué habría pasado de no haberse producido el conflicto, pero Santos tenía que gobernar Cajamarca, y es ahí donde comienza a labrar el camino que lo llevaría a prisión, ya que al igual que otros gobernadores regionales comenzó a “hacer arreglos” con contratistas. El problema es que Santos no tomó en cuenta que luego del conflicto Conga los medios de comunicación aliados de la gran inversión lo iban a tener en la mira, y eso hizo que su caso se descubriera más rápido que otros tantos casos similares de corrupción en otras regiones.
Sin embargo, Santos que es un político hábil se victimizó y logró convertir las denuncias y la prisión preventiva que se le impuso en un ataque del centralismo limeño, de los grandes empresarios mineros y la justicia corrupta, y así triunfó con un 45% en las elecciones del 2014 (a pesar de los pobres resultados de su gestión), y luego obtuvo cerca del 4% a nivel nacional en las elecciones generales del 2016, a pesar de que su única aparición fue en el debate de candidatos en el que le tocó confrontar a Alfredo Barnechea.
Liberado en julio del 2016, optó por no volver al gobierno regional y anduvo en las negociaciones de la frustrada alianza de las izquierdas junto con Vladimir Cerrón y Verónika Mendoza, en la que era evidente que Santos buscaba una candidatura presidencial para un proceso electoral que ahora tendrá que seguir desde prisión.
No se puede decir que sea el fin de la carrera de Santos porque en política no existe la jubilación, aunque se tenga una sentencia de 19 años (ojo, por acumulación de penas). Pero su condena termina de sepultar la idea –que todavía ronda en la cabeza de algunos ilusos– de que la izquierda regional y provinciana de base popular –la limeña ya había caído en desgracia con Susana Villarán– es inmune a la corrupción. Quizás volvamos a ver a 'Goyo' Santos en la política dentro de dos décadas –o incluso antes–, pero ya no será creíble para nadie que la corrupción es solo patrimonio de algunos sectores. La lección que nos deja Santos es que todos los políticos –vengan de donde vengan– pueden ser (o terminar siendo) corruptos.